Calor, Vino y Secretos

Calor, Vino y Secretos

La noche del verano estaba caliente y húmeda, como si los cielos estuvieran llorando por algo. La casa de campo se alzaba solitaria en un claro rodeado de densas copas de árboles que apenas dejaban entrar la luz de la luna. El camino hacia la vivienda era arcillosa y embarrada, lo que dificultaba el acceso para cualquier vehículo que no fuera un 4×4.

Sarah había llegado a la casa horas antes, cargada con bolsas de compras y una gran botella de vino tinto. La puerta principal estaba abierta de par en par, permitiendo que el aire cálido se colara adentro. Sarah llamó con suavidad para alertar a su amiga Melissa, pero no obtuvo respuesta. Entró en la casa y dejó las bolsas sobre una mesa en el vestíbulo.

La casa era antigua y tenía un encanto peculiar. Las paredes estaban cubiertas de frescos pintados siglos atrás y las ventanas eran estrechas y altas, como los ojos de un gato. Sarah se dirigió hacia la sala de estar donde esperaba encontrar a Melissa leyendo un libro o mirando la televisión.

Melissa no estaba en la sala. Sarah avanzó hasta el comedor, donde la luz era más tenue, y allí encontró a su amiga sentada a una mesa con una lámpara que proyectaba sombras sobre su rostro. Estaba escribiendo algo en un cuaderno.

«Melissa», llamó Sarah al acercarse a la mesa. «He traído vino y comida para pasar la noche juntas».

Melissa levantó la cabeza, sonriendo tímidamente. Tenía el cabello oscuro recogido en una coleta y sus ojos eran dos pequeños charcos de oscuridad que brillaban bajo la luz tenue.

«Gracias», dijo Melissa antes de cerrar el cuaderno y acercarse a Sarah para darle un beso en la mejilla. «Estoy muy contenta de verte».

Sarah notó cómo su corazón latía con mayor fuerza al sentir el contacto de Melissa. Habían sido amigas desde que eran niñas, pero últimamente había surgido una tensión entre ellas, un deseo contenido que ninguno de los dos sabía cómo abordar.

«Te he traído comida italiana», dijo Sarah, sacando una caja con pizzas y otro paquete con paninis. «Y vino tinto para celebrarlo».

Melissa sonrió y se sentó a la mesa mientras Sarah empezaba a preparar la comida. El silencio entre ellas era cómodo y relajado, pero también tenso, como si ambos estuvieran esperando algo que nunca sucedía.

Cuando la comida estuvo lista, Melissa levantó su copa de vino para brindar por su amistad.

«Por ti», dijo Sarah, levantando su copa en respuesta. «Y por esta noche».

Melissa sonrió y tomó un sorbo de vino antes de comenzar a comer una de las pizzas. Sarah se sentó al otro lado de la mesa y también empezó a comer. El aroma del queso derretido y la carne picada llenaba el aire, haciéndoles sentir hambrientas después de todo el viaje.

El silencio volvió a caer sobre ellas mientras comían. Sarah notó que sus dedos se rozaban accidentalmente y que Melissa no apartaba su mirada de los suyos. Se sintió incómoda pero al mismo tiempo excitada, como si algo estuviera a punto de suceder.

De repente, Melissa se levantó y rodeó la mesa para sentarse junto a Sarah. Su cadera rozó ligeramente la de su amiga mientras se instalaba en el asiento vacío.

«¿Puedo besarte?» preguntó Melissa de manera suave pero directa.

Sarah parpadeó sorprendida, pero luego sonrió y asintió con la cabeza. Melissa acercó su rostro al de Sarah y los dos cerraron sus ojos mientras sus labios se encontraban en un beso tierno pero intenso.

El beso duró varios minutos, hasta que ambos necesitaron respirar. Cuando se separaron, Sarah notó que el corazón le latía con fuerza y que su cuerpo estaba cubierto de un sudor leve.

Melissa sonrió y acarició la mejilla de Sarah con la punta de sus dedos.

«Lo siento», dijo Melissa. «No sé por qué me comporté así».

Sarah sacudió la cabeza. «No lo sientas», respondió. «Me ha gustado».

Melissa esbozó una sonrisa y se inclinó hacia delante para besar de nuevo a Sarah, esta vez con mayor pasión. Las dos mujeres se fundieron en un abrazo apasionado mientras sus manos empezaban a explorar el cuerpo del otro.

El resto de la noche fue una sucesión de besos y caricias, de ropa quitada y cuerpos que se fusionaron en una danza sensual. El vino ayudó a desinhibirlas y a dejar que sus deseos más profundos salieran a la superficie.

Cuando finalmente se dieron el último beso, Sarah y Melissa estaban cubiertas de sudor y jadeantes por la pasión vivida. Se miraron a los ojos y sonrieron, conscientes de que su amistad había evolucionado en algo más profundo y emocionante.

«Te amo», dijo Sarah con voz suave pero firme.

Melissa asintió con la cabeza y acarició el rostro de Sarah. «Yo también te amo».

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